Si hay un pilar que sostiene una relación de pareja auténtica y la diferencia de otro tipo de relaciones es el grado de intimidad en que se sustenta.
Sin embargo también es una realidad que, con el paso del tiempo, el día a día nos inunda y la intimidad se va diluyendo. Ahí, cuando empezamos a detectar que “algo no va bien en nuestra relación” o el otro nos cuestiona sobre este aspecto, es el momento de parar y replantearnos cuál es el nivel de intimidad que estamos compartiendo con esa persona que elegimos como compañera de vida y qué podemos hacer cada uno personalmente para retomar la intimidad perdida.
¿De dónde partimos? Partimos de que los ingredientes fundamentales de la intimidad implican intercambios de caricias, compartir pensamientos, experiencias y emociones en una relación honesta en la que cada uno confía en el otro.
Esto sólo es posible entre personas que están recíprocamente muy comprometidas entre sí, han realizado ya otros tipos de intercambios, pueden garantizar la aceptación incondicional y alejar el fantasma del juicio.
Cuando hay intimidad en una relación no es necesario explicar las conductas porque se responde libre y directamente, sin temor a ser juzgado, criticado o rechazado. Nos podemos mostrar sin defensas, tal y como somos.
¿Cómo sabemos que disfrutamos de una relación de intimidad?. En la medida en que aportamos información sobre nuestras vivencias y nos enriquecemos con la contribución del otro.